domingo, 16 de noviembre de 2008

Ayacucho, cóctel de colores


Ayacucho, fue una de las ciudades del Perú que sufrió mucho por la insanía del terrorismo en la década del 80, hasta casi apagar el espíritu de su pueblo; lugar en que casi toda familia perdió un ser querido.

Yo, Liz Rodriguez acostumbro a viajar mucho por el Perú, pero el cielo de Ayacucho no tiene semejante, ni por color, ni por los paisajes celestiales de sus peculiares nubes.

Estaba en un café en la Plaza de Armas, y compartía el momento con algunos turistas extranjeros, escuchamos una banda de música que a ritmo de huaylas y huaynos, y entre gritos, cantos de alegría y bailes por la calle, se acercaba a la plaza; eran alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, que celebraban una festividad.

En el fondo me preguntaba, por estos jóvenes, futura elite intelectual de Ayacucho, que sus formas de manifestación de alegría y de juventud, no había sido alterada por la cultura occidental, y lejanos de ser esnobistas, se aferraban a las mismas costumbres de sus ancestros.

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