A menudo se considera que cuando las mujeres llegan a espacios de liderazgo en las empresas, organizaciones, política o en la sociedad, en realidad se vuelven más masculinas que los propios hombres. Se asume que estos espacios son "naturalmente" de los hombres, sin reflexionar que posiblemente las mujeres no habían desarrollado estas características porque precisamente, no se había presentado la oportunidad histórica para que accedieran a los mismos.
El tipo de liderazgo que se conoció hasta finales del siglo pasado, es un liderazgo desarrollado por los hombres y el que las mujeres entren a estos nichos de poder no evita que los reproduzcan y mantengan la hegemonía masculina, es decir, la estructura no cambia, sólo los ocupantes de la misma (hombres o mujeres).
Hablar de liderazgo femenino sólo lleva a perpetuar el estereotipo, así "confirmamos" que las mujeres son más cooperativas y orientadas hacia las personas, sin tener en cuenta que la mayor parte de las investigaciones indica que tanto hombres como mujeres poseen características consideradas socialmente como masculinas o femeninas y que los espacios o ámbitos van a orientar en algún grado el comportamiento que se ejerza.
El tipo de liderazgo que se conoció hasta finales del siglo pasado, es un liderazgo desarrollado por los hombres y el que las mujeres entren a estos nichos de poder no evita que los reproduzcan y mantengan la hegemonía masculina, es decir, la estructura no cambia, sólo los ocupantes de la misma (hombres o mujeres).
Hablar de liderazgo femenino sólo lleva a perpetuar el estereotipo, así "confirmamos" que las mujeres son más cooperativas y orientadas hacia las personas, sin tener en cuenta que la mayor parte de las investigaciones indica que tanto hombres como mujeres poseen características consideradas socialmente como masculinas o femeninas y que los espacios o ámbitos van a orientar en algún grado el comportamiento que se ejerza.
Liz Rodriguez
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